Cierre por aburrimiento
Calzados Amparo, cierra. El negocio llevaba once años en Bami, unos años mejores y otros peores, como todos los negocios, pero ahí estaba, dando trabajo a… las personas que fueran. El hecho es que cierra y ya está, no se va a “otracosamariposa”. Cierra y se va para casa. ¿Los motivos? Muchos y variados: la crisis, la falta de alegría en los bolsillos, que si el personal del Virgen del Rocío ya no puede salir del hospital tan alegremente como antes, que si la zona azul hace que mucha gente no permanezca más de lo necesario en el barrio, que si la fritura de impuestos de cada administración, que si paga esto, paga lo otro, paga lo de más allá…, total, que al final, después de echar muchas horas, en la hora más señalada, la hora de hacer cuentas, sale lo comido por lo servido, y adiós gracias. Y, y… Es entonces cuando ese trabajar para pagar junto a la hartura, hastío y aburrimiento de estar inmerso en un sinsentido -–“ahí estamos en la lucha”, se suele decir-, hacen que un día ponga uno fin a la película de indios en la que está. Y cierra y se va para casa.
Son cosas que pasan, de esas cosas que pasan a las que nadie presta atención, ni le da más importancia de la que tiene -«uy, mira, van a cerrar esta tienda»-. Sólo la persona que lo vive en sus carnes lo maldice, se resigna o lo celebra, vete tú a saber, de la manera que quiera y pueda. Y pone unos simples cartelitos en el escaparate de su comercio anunciando su hora final, su “liquidación por cierre”. Y un día el local amanecerá vacío, como tantos otros, cerrado por aburrimiento.